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Los jóvenes y las series

Antonio Checa Godoy

Presidente del Consejo Audiovisual de Andalucía

En la última década hemos asistido a un proceso, imparable, de desafección de los jóvenes hacia la televisión. La clásica imagen de la familia sentada ante el televisor desaparece. Los jóvenes  buscan sus programas, eligen, recuperan, recomiendan, disuaden.  No son consumidores pasivos y pacientes de la antaño llamada pequeña pantalla. En ese marco cobra creciente importancia, para el conjunto de espectadores, pero sobre todo para los jóvenes, la serie, que ya no es simplemente la serie de televisión, pues llega desde medios muy diferentes, de la plataforma de vídeos al propio teléfono móvil. O nos espera en el ordenador. La serie cobra autonomía.

Las series se multiplican, ocupan además mucho tiempo, cada una supone buen número de capítulos. Hay que seleccionar, hay que renunciar. La abundancia lleva inevitablemente a la diversificación de públicos, se diseña para espectadores concretos, lo que atrae poderosamente a una generación, aburre a la siguiente. Una serie puede arrastrarnos o desinteresarnos; a veces, para desesperación de los programadores, sin razones claras, o incluso imprevisibles. Pero en conjunto las series nos envuelven. Fenómenos inesperados, como una larga pandemia mundial, nos hacen si cabe más dependientes del ocio audiovisual y en él las series consiguen un lugar dominante.

Ocurre que el mundo de las series, hoy por hoy, encierra muchos mundos. Es cierto que se mantiene la serie televisiva más o menos clásica, aunque con nuevas modas o tendencias para un público por lo general de edad. Los eternos culebrones latinoamericanos se ven sustituidos en los mejores horarios por las baratas series turcas, realizadas pensando en un público preferentemente occidental, y nos ofrecen un país sorprendentemente moderno, cosmopolita, que salvado Estambul no es desde luego el que ve el viajero por tierras turcas.

 

Otro es el mundo de la ficción para los jóvenes, quieren series más dinámicas, el lento desenvolvimiento de las series de adultos, donde parece que nunca pasa nada, les aburre o les irrita. Quieren además series que transmitan su propio mundo, sus inquietudes, sus gustos, sus miedos.  A menudo ocurre que sus gustos no son los del entorno familiar, pueden incluso quedar lejos, los jóvenes por ello tienden a recluirse, a aislarse. Para los padres no es fácil, por ello mismo,  saber o calibrar que ven esas nuevas generaciones, hábiles en el consumo rápido, inmediato, recortado.

 

La opinión pública, los gobiernos, los partidos políticos, se han preocupado tradicionalmente por los contenidos informativos de las televisiones, de los medios en general. Telediarios, programas de debate, reportajes, incluso documentales. Los contenidos puramente de ficción, las series esencialmente, han tenido menos control, han sido menos valorados por la sociedad, que parece no  sentirse inquieta ante productos de dudoso gusto y baja calidad. Una sociedad que, por ejemplo, lleva ya 13 temporadas manteniendo una serie esperpéntica como La que se avecina, que encuentra un amplio núcleo de defensores y seguidores fieles.

 

Es comprensible que educadores, padres de familia y sectores sensibilizados de la sociedad se inquieten por el rumbo que toman las series, ante su importancia misma, su configuración creciente como producto audiovisual y cultural autónomo. Es, además, un fenómeno claramente internacional, a menudo las series superan culturas, encuentran acogida en países de niveles económicos muy diferentes. Las series, incluso, comienzan a ser parte de un vasto negocio, que explica cómo a las pocas semanas de comenzar a emitirse, pongamos por caso, El juego del calamar, múltiples establecimientos ofreciesen sus disfraces para ocultar la identidad. El merchandising que tan bien hemos conocido en el cine, de ‘Parque Jurásico’ a ‘Harry Potter’, se amplía, de camisetas, sudaderas y ropa en general a tazas, cuadernos, peluches o mochilas, y llega  a estas series para televisión y plataformas.

 

Debemos acercarnos a ese mundo cada vez más complejo de las series juveniles. No cabe otro camino que el diálogo franco, abierto, sincero con los jóvenes. Prohibir sin más puede ser contraproducente. Las prohibiciones audiovisuales suelen ser fáciles de sortear y la prohibición misma puede ser un aliciente más que una advertencia o una disuasión. Pero hay que convencer con argumentos. Debemos ver las series que gustan a los jóvenes, si es posible junto a ellos, para entenderlos, pero también precisamente para poder dialogar y argumentar. Y como esos jóvenes no viven aislados, es importante conocer las aficiones, motivaciones e influencias de su entorno.

 

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